lunes, 9 de mayo de 2016

¿Y vos? ¿Para qué leés?

Bueno, quizá el título de la entrada sea engañoso porque puede llevar a pensar que voy a hablar de las motivaciones de la lectura. Y no, es un tema demasiado complejo y no me creo capacitada para desarrollarlo. 

Yo leo para conocer otras personas y otros mundos. Y esas personas hablan. Viven en Argentina, Colombia, México, España, Perú. A veces en Estados Unidos, cuando leo en inglés. A veces hasta viven en otros planetas.
 
La mayoría de mis personajes viven en Argentina y en Buenos Aires. Y hablan como hablamos en Buenos Aires. Si son de Capital, tendrán un acento y expresiones más bien porteñas. Si son de Provincia, tal vez se "traguen" la letra s de los sufijos de flexión. Vamo' a calmarno', loco. 
 
También advierto que mis historias escritas en español neutro son las más populares. Y que a alguna gente simplemente le incomoda tanto leer algo "en argentino", que son capaces de colocarlo en los aspectos negativos de la historia. Me ha pasado.
 
Y duele.  

Porque están hablando de mi identidad, más allá de mi escritura. Y de la identidad de mis personajes.
 
¿Y saben qué?

El español neutro de los libros, amigos y amigas, no existe. Nadie lo habla. Ni en México. No mames, wey.
 
Es una variación de laboratorio que fue creada, si no recuerdo mal, en los años 80, para la televisión y el cine. Es un español pobre, vacío e insulso. Sin ideología. Recatado, remilgado y aburrido. Pero es útil, eso no se puede negar. Tiene un propósito: que una obra pueda llegar a un público masivo. 
 
Pero hay obras y obras. Y no se les puede pedir a todas ellas que estén escritas en español neutro: muchas se empobrecerían.
 
No sé por qué otras personas leen y tampoco sé cuánta gente lectora comparta mi pasión por el lenguaje. Pero a mí me encanta leer obras en otras variaciones del español, siento me enriquece. La gente que se aleja de un libro porque está escrito en "otro español" sencillamente me da lástima porque no sabe lo que se pierde. 
 
La riqueza cultural que se niegan.
 


«Hoy en el centro —le conté a Alexis luego hablando en jerga con mi manía políglota— dos bandas se estaban dando chumbimba. De lo que te perdiste por andar viendo televisión». Se mostró interesado, y le conté hasta lo que no vi, con mil detalles. Le desplegué por todo Junín un tendal de muertos. Me sentía como Don Juan presumiéndole a Don Luis de las mujeres que se había echado. Luego procedí a contarle mi retirada, cómo pasé incólume por entre el plomero, sin agacharme, sin inmutarme, sin ni siquiera apurar. «¿Tú qué habrías hecho?» le pregunté. «Tocaba abrirse», contestó. ¿Huir yo? ¿Abrirme? Jamás de los jamases. Jamás. A mí la muerte me hace los mandados, niño.

La virgen de los sicarios, Fernando Vallejo

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