jueves, 12 de julio de 2018

Cuento: Hombre terrenal

Hoy me casé con el mejor amigo del hombre que amo. Ese hombre que amo desde hace casi quince años, que amé desde el primer momento en que lo vi. Lo conocí en un boliche, una noche de viernes. Hubo onda, o al menos eso creí cuando salimos juntos y comenzamos a caminar por Santa Fe, hombro con hombro. Me enamoré a primera vista, me flasheó. Le pedí el whatsapp.
Y no era un hombre (un chico) atractivo. Era alto y demasiado flaco, con demasiados granos en la cara y demasiado mal vestido. Pero me gustaba. Demasiado. Esa atracción que sentía por él (y que sigo sintiendo) va más allá de lo físico, de lo que se ve en la superficie.
Salimos el fin de semana siguiente: paseamos por Palermo, compramos un par de baratijas en la feria, tomamos una cerveza en un bar. Hablamos de nosotros, de nuestros gustos, de nuestras carreras. De nuestros sueños. Era un chico tan soñador… y yo era tan terrenal. Él quería ser famoso con su música y viajar. Yo quería recibirme de diseñador y tener mi propio local de ropa en una galería del centro.
Pero éramos el uno para el otro, ¿no se daba cuenta?
Cuando nos despedimos en el andén del tren rumbo a Florida, nos dimos un breve abrazo y casi nos besamos. No recuerdo si fue él quien se apartó. Tal vez fui yo. El caso es que no hubo beso. Pero ¡casi! ¡Seguramente nos besaríamos la próxima vez!
Y con ese pensamiento flotándome en la cabeza volví a mi casa, aquella noche. Ese chico ya era mío. ¡Y era tan lindo, tan agradable! ¿A dónde lo llevaría cuando fuéramos novios? Hasta podríamos irnos de vacaciones a la playa o a la montaña…
Me arrojé de cabeza a la cama, feliz… Hacía tanto tiempo que no me sentía tan bien. Puse música: sonaba Katy Perry, Dressin’ Up. Qué oportuno, pensé girándome… I’m dressin’ up for you.
Entonces, me llegó un whatsapp. Era él: ¿Le puedo pasar tu núm a mi amigo que te conté?
Me largué a llorar.
Y con ese hombre, ese amigo, me casé hoy.
Mi marido es un hombre alto y fornido, y tiene la sonrisa más hermosa del mundo. Por él siento un cariño profundo y casi doloroso. Me duele no poder amarlo. Es atento, dulce y se acuerda de nuestros aniversarios. Todos los viernes, cuando llega del sanatorio, me trae un chocolate. Deja que me coma las aceitunas de la pizza. Me abraza cuando estoy triste y no deja de hacerme chistes hasta arrancarme una sonrisa.
¿Qué hubiera pasado si aquella noche hubiera besado al hombre que amo?
No habría conocido a mi marido.
No estaría acá, en esta cama, pensando nada de esto.
Oigo los latidos de su pecho, el silbido de su respiración, siento el calor de su cuerpo sobre mi piel.
¿Por qué me casé?
Porque, a pesar de todo, soy un hombre terrenal.
El hombre que amo ya tiene cuarenta años y sigue buscando a su media naranja: dice que lo reconocerá en cuanto lo vea.
Y le creo, porque a mí me pasó lo mismo.