A todo el que me pregunta cómo conseguí el empleo, le cuento que fue
Christian quien me eligió. Nos observó bailar a todos los aspirantes; no sé
desde dónde, pero lo hizo. Cuando terminó el casting apareció en el salón solo
vestido con unos pantalones de deporte y nos estrechó la mano uno por uno. Casi
me muero. Me temblaban los dedos y él se dio cuenta. Sonrió divertido y aprecié
que no retocaban sus labios en las fotos: eran redondeados, bien perfilados, y
el labio inferior era levemente más grueso. Sus pestañas largas, negras,
parpadeaban con coquetería a medida que iba pasando de mano en mano; todos
estábamos fascinados, boquiabiertos con su repentina e inesperada presencia.
Ninguno se animó a pedirle un autógrafo. No me lavaré la mano nunca más, pensé al salir de la productora. Tuve
que hacerlo, claro.
Tres días más tarde, me llamaron a la pequeña habitación que alquilaba
y me dieron la noticia de que ya era uno de los bailarines principales de
Christian Slava.
A los medios les gusta el escándalo, de eso se alimentan. Decían que
Chris tenía aires de diva, que maltrataba a sus bailarines, que no quería
subirse al elevador con los demás huéspedes de los hoteles. Es mentira. Chris
era amable, humilde y siempre lo rodeaba cierto halo de inocencia que me hacía
preguntarme cómo había llegado a ser quien era.
Luego de un año, la respuesta ya estaba clara para mí: su madre.
Manipuladora, siempre oculta detrás de una sonrisa falsa, de una máscara de
maquillaje caro. Chris la amaba, pero al mismo tiempo le tenía miedo. A veces,
cuando terminaba un show, me preguntaba si Chris cantaba (fingía cantar, dado
el caso) y bailaba para complacer a su madre.
La primera vez que pasé la noche con él, comencé a percatarme de la
complejidad del ser humano. Chris era carismático y desenvuelto, y cuando me
acercaba a él arriba del escenario me tomaba de la cintura con las dos manos
para levantarme en el aire. No dejaba de mirarme en ningún momento.
Creo que malinterpreté sus gestos, pero ¿acaso importa? Ya me había
enamorado de él.
Aquella noche, toqué su puerta y cuando me abrió me miró como si no
supiera qué estaba haciendo allí. Tonto de mí, pensaba que me estaría
esperando.
—¿Necesitas algo, Dave?
Me mordí el labio. Estaba poniendo en juego mi carrera, mi trabajo, el
dinero que les enviaba a mis padres para pagar la hipoteca de su vieja casa…
—A ti.
Se rascó la nuca, le echó una mirada al pasillo y me hizo pasar.
Tan, tan tímido. Chris se comportó casi como un niño. Yo esperaba una
fiera sexual y, en cambio, me tocó llevar las riendas. Se comportó como si en
verdad no entendiera lo que estábamos haciendo. Ni siquiera tenía condones.
Cuando acabé comprendí que, diablos, en verdad estaba enamorado. Porque
el encuentro sexual había sido patético, ¡pero yo estaba tan feliz!
Chris sí podía cantar en vivo. Pero es complicado hacer windmill y luego afinar así como si
nada, como si tuvieras dos pares de pulmones.
—Cántame —le pedí una noche, después de hacer el amor. Creo que
estábamos en Tokio. O tal vez en Shangai, no me acuerdo.
Se sentó en la cama con las piernas cruzadas… y pensaba que me cantaría
alguna de sus canciones, pero me cantó una nana para dormir. Tomábamos agua
mineral (él nunca bebía durante las giras) y la enorme cama estaba llena de
envoltorios de galletas de la fortuna. Sí, creo que era Tokio. U Osaka.
—¿Te gustaría tener hijos algún día? —le pregunté.
Me miró como si le hubiera preguntado la masa de Júpiter y supe que
había hablado de más. Luego bajó la cabeza, abrió otra galleta y se la llevó a
la boca.
—¿Crees que si salgo del armario… podré… qué sé yo… casarme y tener
una familia?
Quería mi opinión. O tal vez solo quería que le dijera que sí. Así que
eso hice. Sonrió y miró hacia arriba y supe que estaba imaginando algo, y deseé
con todas mis fuerzas saber si yo estaba en esos sueños o si solo era un
bailarín con el que se acostaba para sacarse las ganas durante las giras. Un tipo
que podría reemplazar con cualquier otro que estuviera dispuesto a hacer siempre
de activo.
Sabía que tomaba medicamentos, pero a todos les decía que eran
vitaminas. Yo, en el fondo, quería creer eso. Jamás le pregunté nada.
Pero quiero dejar claro que nunca lo vi consumir drogas. ¡Ni siquiera
bebía alcohol! Una copa de vino en ocasiones que se tragaba en sorbitos cortos,
como si fuera un menor de edad al que una noche le dan permiso para beber.
No sé cuándo comprendí que Chris estaba roto por dentro. Quizá cuando
me di cuenta de que tenía pesadillas por las noches o cuando irrumpía en su
suite para hacer el amor y lo encontraba tan ido que me conformaba con
abrazarlo y cuidarlo de sus malos sueños.
—Escucha, escribí algo —me dijo una noche en Europa (Londres, tal
vez)—. Se llama Broken.
Me senté frente a él en la cama y me leyó:
Ya no me avergüenzo de lo que he
soñado.
Gracias a ti, hoy puedo cantar
en colores.
Veo el abismo y ya no me
devuelve la mirada.
El abismo me ha enseñado a volar
Porque he descubierto
que puedo ser feliz,
que mi caja de Pandora
siempre estuvo abierta.
Ya no me avergüenzo de lo que
siento
porque sé que vendrás conmigo
cuando el mundo se derrumbe.
El abismo tiene tus ojos
y tus ojos me han enseñado a
amar.
—Aún no está terminada —susurró dejando el papel en la mesita de luz.
Estaba completamente sonrojado porque sabía que había comprendido. Esa canción
hablaba de mí.
Hicimos el amor suave, sin prisas y cuando acabamos quise asegurarle
que sí, que estaría con él cuando el mundo se derrumbara.
Ahora creo que su mundo ya estaba derrumbado y que todas aquellas
noches dormimos entre los escombros.
Lo encontré muerto. Etiquetaron su muerte como accidente, pero yo sé
que fue un suicidio. Porque él, como ya he dicho, no bebía alcohol. Me
preguntaron qué hacía en su habitación a esas horas (tuvieron que traducirme,
porque no sé español) y dije la verdad: que éramos amantes hacía años. ¿Cuánto
tiempo? Desde antes de que la prensa comenzara a maltratarlo hablando mal de
él, de su estado físico, de que ya no bailaba como antes, de que nunca cantaba
en vivo. Desde antes que se supiera que, en cuanto su madre advirtió que aquel
niño tenía talento, lo puso a fabricar billetes.
Día y noche me pregunto por qué nunca habló conmigo de lo que sentía.
Los medios son crueles y no les importa hacer daño. Solo quieren
dinero y más dinero. Tuve que mudarme para que dejaran de acosarme. No me
dejaron en paz por años. Nadie se olvida de Christian Slava. Y yo menos. A
veces pienso que hay personas que valen más dinero muertas que vivas. Y que su
madre lo sospechaba y que ahora debe estar segura. Las discográficas inventan
discos póstumos, proyectan su figura en hologramas, lanzan nuevos videos
musicales.
Hasta han escrito un maldito libro protagonizado por él y yo, donde en
vez de ser Christian y David somos Krishter y Darius. Donde en vez de ser un
cantante y un bailarín, somos un príncipe y su esclavo y vivimos en mundo de
fantasía con duendes, hadas y unicornios en el que dos hombres pueden casarse.
Me dijeron que iniciara acciones legales por difamación, pero no lo haré.
Es una historia bonita. Soy un prisionero de guerra y Chris, perdón,
Krishter, me espía una noche mientras bailo junto a los demás esclavos. Me toma
como esclavo personal y todas las noches me pide que baile para él. Hay escenas
eróticas bastante explícitas, todas equivocadas, tristemente. Chris siempre
prefirió ser pasivo y Krishter es un hombre tierno, pero dominante.
Creo que a Chris le hubiera gustado la dichosa novelita.
Y ahora, mientras la leo por quinta vez y me imagino que vivo en mundo
de fantasía con duendes, hadas y unicornios en el que dos hombres pueden
casarse, tengo más y más ganas de seguirlo al abismo.
Porque mi mundo está derrumbado y nadie ha conseguido levantarlo de
nuevo.
1 comentario:
Esto ha roto mi corazón,que linda historia corta pero que expresa mucho amor.
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